El paternalismo de estado está llegando a su
fin. La fórmula persuasiva de proteger a los buenos ciudadanos a cambio de
decidir por ellos lo que les conviene, ya no es más creíble. El estado no ha sido
capaz de protegernos de las estafas mundiales orquestadas por la banca ni de
los abusos de las multinacionales para obtener ventajas frente a los pequeños
empresarios. Por el contrario, los casos
crecientes y extendidos de corrupción en el seno de las cúpulas de poder hacen
pensar, cada día más, que es de ellos de quien debemos protegernos. El estado hoy
es un ente que trata al ciudadano como un cliente al que debe satisfacer mínimamente
por intereses propios desligados del pueblo. Los partidos, son empresas que
compiten entre ellas para ganar cupo de poder, lejos de revisar sus ideales e investigar
cómo aplicarlos. En este delicado intercambio con el cliente, el estado busca contentar
sus necesidades ociosas, económicas e identitarias. El bienestar, es la palabra
mágica que compra el alma de los ciudadanos. Hoy ya no escandalizan estos
comentarios
Pero la propia dinámica social está socavando
esta pretendida seguridad del estado que avala para el ‘buen ciudadano’.
Uno de los signos de esta revolución social son las nuevas formas de organización
ciudadana que van surgiendo. Lo lamento
por aquellos devotos ciudadanos controlados por las instituciones oficiales,
pero hay que caminar a favor de la sostenibilidad y el aprovechamiento los
recursos naturales. Compartir, es el nuevo paradigma que está aflorando con las
nuevas tecnologías. No es menos sorprendente el nivel de fiabilidad horizontal que permite estos nuevos tipos de intercambio social. Lo denominan ‘economía colaborativa’. Es necesario, pues, reconsiderar
el papel intrusivo del estado, escondido bajo la falsa seguridad para el
ciudadano.
En
mi barrio so pretexto de barullo para el vecindario no se dan licencias para
apartamentos turísticos. El incivismo de algunos y la incapacidad del
ayuntamiento para gestionarlo, no debería saldarse con una prohibición que capa
la libertad de los ciudadanos para compartir su vivienda o cederla a cambio de
unos ingresos. Comprendo que el trust bancos-estado-grandes empresas esté
atemorizado ante la amenaza de esta economía que mejora la sostenibilidad del planeta;
tal vez en números enteros signifique un decrecimiento del PIB pero en calidad
medioambiental no dudo que significará un significativo crecimiento. No es
ningún secreto la presión de los hoteleros para erradicar de los barrios en lo
posible este tipo de transacciones. Quien alquila una habitación, está
optimizando el aprovechamiento de los recursos naturales y el esfuerzo humano
para construir su piso. Quien comparte un viaje en coche optimiza el aprovechamiento
del carburante que gastaría igualmente viajando solo. Quien alquila su piso
tiene que desplazarse a otro piso más pequeño o compartir con otros. De este
modo, visto en conjunto, con menos recursos naturales y menos agentes
contaminantes, puede preservarse las necesidades de consumo. Es más sostenible
y créanme, esto se siente en el espíritu de las personas que participan de
estos nuevos modelos.
Estoy de acuerdo, hay que crear nuevas
regulaciones adecuadas para proteger al ciudadano de abusos y de posibles
infractores en este nuevo tipo de organización social; hay que minimizar los
perjuicios y fiscalizar las nuevas formas de economía. Considero que este debería ser el papel de
las instituciones en su misión esencial de optimizar la convivencia de los
ciudadanos. Compartir automóviles, rentabilizar los pisos, la wilkipedia, y
cuantas formas surjan para mejorar la sostenibilidad es un adelanto social para
la supervivencia y felicidad humana en este planeta.
Joan Bähr
joanbahr@ymail.com
Es verdad que las nuevas tecnologías permiten ahorrar muchos recursos que antes se tenían que dedicar a la logística y a la organización. En otras palabras, las NT ofrecen la posibilidad de ofrecer los mismos servicios sin burocracia (la llamada “adhocracia”, de la que el partido Podemos es un magnífico ejemplo).
ResponderEliminarTransmito comentario de mi amigo Martí.
De este modo, es cierto que el Estado (como estructura mediadora entre individuos-poder-mercado) ha perdido eficiencia en muchos ámbitos de nuestras vidas: regulación de determinadas actividades sociales y económicas gracias a la economía colaborativa, monopolio de los partidos políticos en la gestión de la vida pública, etc.
Ahora bien, hay ámbitos en los que la economía colaborativa no está en condiciones de sustituir al Estado en su función de mediador. Hablo en primer lugar de la sanidad pública. E incluso en la educación pública, puesto que la economía colaborativa solo será un sistema más eficiente en entornos con elevados recursos socioculturales. En los más pobres, difícilmente ofrecerá la capacidad (ni que sea teórica) de "salir del pozo".
Por ello, creo que conviene matizar la afirmación sobre la mayor eficiencia de la economía colaborativa en relación al Estado. Las redes sociales todavía no están en condiciones de atenderme con garantías ante un ataque de apendicitis. O. incluso, se podría decir que sin escuela pública, se condena a franjas de la población al analfabetismo.