martes, 15 de noviembre de 2011

un sistema tributario ecológico

Comenzaría esta nueva entrada afirmando que el gozo desinteresado, el que sobreviene o nos inunda por una vida que se nutre de vida, lejos del gozo efímero arraigado a las posesiones, haría inútil proponer ciertos ajustes políticos para preservar la salud de este planeta. Pero, puesto que no es conveniente comenzar por el final, comenzaré con una observación teórica sobre la eficacia y pragmatismo actual del sistema impositivo en nuestro planeta.  La propuesta no hay que tomarlas al pie de la letra pero sí, como todos los principios, puede servir para marcar pautas.


   Los impuestos directos en el actual sistema tributario español, y en prácticamente todo el mundo, tienen mucha más importancia que los impuestos indirectos. Es decir, se prioriza en general mucho más unos gravámenes que afectan de manera directa a los ingresos del contribuyente, que los impuestos que repercuten sobre el gasto que efectúa. Pero hoy las circunstancias no son aquellas para las que se instauró antaño este criterio. Hoy, deberíamos medirnos por los perjuicios ocasionados al planeta, para instaurar una política tributaria que responsabilizara a sus causantes del coste de las acciones destinadas a repararlos. La limitación de recursos y la emisión de contaminantes medioambientales, hace que unos salgan directamente perjudicados por la compra y disfrute de bienes que otros poseen. –No acierto a pensar la producción de un sólo bien que no tenga que ser sufrido por toda la humanidad. Si los hay, que debe haberlos, deberían estar exentos de impuestos–.


  No es que la Tierra no pueda absorber una cierta cantidad de tóxicos y regenerarse, pero de ninguna manera puede absorber los excesos de consumo que rebasan ampliamente las necesidades estructurales mínimas del individuo contemporáneo. Por ello, lo pertinente es que aquel que rebasa los mínimos requeridos, y más aun, si no los utiliza plenamente, en perjuicio de los demás, se vea obligado a tributar progresivamente más en función de ello. Leí que las segundas y terceras residencias tenían un promedio de ocupación de 22 días al año. Y, ciertamente, hay personas imposibilitadas para conducir sus cuatro o cinco automóviles si quiera una vez por semana. Pensemos también, en los yates amarrados por meses en el puerto. Nieve artificial donde no nieva. Terrazas de bares calentadas con gas en invierno etc... Productos en general que tienen un alto coste medioambiental. Sin embargo, no hay motivo ecológico que obligue a tributar por el potencial de compra que representa el dinero. El dinero que uno percibe, al fin y al cabo, es un número digital que no tiene coste medioambiental, a lo sumo el de unos billetes impresos cuando es convertido en caja. Después de todo, los paraísos fiscales, las transacciones internacionales, la ocultación de fondos, las estrategias fiscales para evadir impuestos ¿para qué?. Lo que verdaderamente importa es la materialización de estos potenciales en riqueza efectiva. El hombre rico debería medirse antes por lo que posee en riquezas que por lo que pueda poseer. Tampoco gravar a las empresas por su producción efectiva tiene demasiado sentido ecológico. Incluso los beneficios y los salarios que reparten  deben finalmente su existencia a las decisiones de compra de las personas que consumen. Además, la dificultad que supondría tabular la repercusión medioambiental en los salarios y beneficios que genera una industria, no es ni considerable. Especialmente en empresas de servicios. Donde sí  reside un motivo fundamental para tributar, es en el consumo y la posesión de unos bienes que pertenecen solamente a unos propietarios. La compra de productos en el mercado es además, un hecho muy transparente, y puede incluso registrarse si supera una cuantía determinada. Permite gravar tributos porcentuales sobre el precio de venta, como ya se hace, y dependiendo de su carga ecológica y de la necesidad real para el comprador, el impuesto podría alterarse o progresar. Claro que los países deberían acordar tipos parecidos o volver a los derechos arancelarios. Cabría añadir que en un mundo globalizado esta política tributario, a la corta o a la larga, tendría que aplicarse entre los países que más consumen y los que más sufren las consecuencias medioambientales.


    Lo que diré ahora suscitará mucha controversia, pero, ¿porqué tienen que contribuir más lo que más ganan?. Nadie va a rendirle cuentas al más guapo o al más simpático por su ventaja sobre los demás. Ya sé, para que no paguen por el gasto público quienes van más apretados en sus finanzas. Pero téngase en cuenta que este es un criterio sin un claro fundamento y que puede interpretarse de varias maneras, cosa que no analizaremos aquí. Digo esto evidenciar que si tiene mucha coherencia que quien perjudica a los otros con su gasto tenga que asumir la responsabilidad por el daño que infringe.


Nota: Tal vez he exagerado mi postura para defenderla ante la posición tradicional, no obstante, la apropiación, consumo, usufructo, y disfrute de unos recursos naturales, necesarios para todos, tendrían que rendir cuantías suficientes, por sí solos, para paliar los males ecológicos en la vida presente y futura que generan.





1 comentario:

  1. Me interesó este inicio de propuesta.

    Respecto al gozo desinteresado

    Creado uno (el desinteresado o el interesado) creado el otro.

    Si nos ponemos de acuerdo en la existencia de un gozo y de por lo tanto, un yo que goza (de un planeta tierra saludable –por ejemplo-) no entiendo de dónde surge la idea negativa de –interés- De hecho, precisamente porque el hombre goza desde el des-interés por el objeto causa de su gozo (incluso cuando el objeto es la idea misma de –Vida-) es lo que hace que ese exterior que el hombre vive como algo fuera de si, esté tan poco cuidado, amado.

    No hablo ahora del interés psicológico; el gozo proyectado a los objetos que hace que el mismo sujeto que proyecta cree hábitos de manipulación, dependencias etc. Hablo de la posibilidad de vivir un gozo interesado ¡por fin! E incluso pensar en la posibilidad de que todo gozo vivido por el sujeto, tenga un interés –final- en si mismo.

    Respecto al gozo interesado

    Quizás sea precisamente el gozo interesado el que está reflexionando en la sombra que han dejado de dar algunos árboles. Sino, de dónde vendría la necesidad de cuidar el planeta en función de, como siempre, el daño que se le causa –al prójimo- (me refiero a la siguiente frase:

    “Por ello, lo pertinente es que aquel que rebasa los mínimos requeridos, y más aun, si no los utiliza plenamente, en perjuicio de los demás, se vea obligado a tributar progresivamente más en función de ello”

    El enunciado habla de un objeto perjudicado que no es el planeta o la ecología, sino que el hombre en su nueva relación con el síntoma que la naturaleza vive. Un síntoma nada conveniente para el gozo “desinteresado” y que espero que el gozo interesado si tenga en cuenta.

    En el síntoma encontraremos a los Dioses? :-P

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