domingo, 20 de abril de 2014

VIERNES SANTO

Para decir 'yo' hay que considerar la existencia de algo que no soy yo. No es suficiente con no-ser una piedra, no-ser un árbol o no-ser una hormiga. Somos 'yo' en referencia a otro como yo, que no soy yo. Y quiero decir con esto que la consideración del 'tú' está implícita en la primera persona del singular. Sin embargo, aunque yo no sea otro, no hay como situar esta separación fuera de la esfera común que reúne a ambos.

  Nuestra actividad se mueve en dos direcciones anversas: 1.- activamente: del 'yo' al 'no-yo' y 2.- pasivamente: del 'no-yo' al 'yo'.
  El territorio, la naturaleza, la cultura y los caracteres familiares nos posicionan en un 'yo' no elegido, que se comporta en consecuencia. Y quien escoge su territorio, instrumentaliza la naturaleza, y reformula la cultura es el 'yo' decidido a ser quien quiere ser.
    En centro de esta antinomia puede aparecer el 'yo' creativo, benéfico, respetuoso, ecuánime, y también sus respectivos antagónicos.

   Jesus crucificado, quien vino a redimir al mundo de sus pecados, sería un yo beneficioso, crítico con su cultura contempránea. Alguien que predicó una relación de valores que no observaban unas leyes morales al uso de la época. El 'yo' activo de Jesús, escogió ser una vida para la cual el 'no-yo' de la las viejas usanzas, no se pudo adaptar. Su muerte aligeró el peso de unos valores antiguos y pecaminosos, -a criterio de sus seguidores-, en el inicio de una gran revolución moral.
   Sin embargo, el 'yo' activo no buscó oquedades en las viejas escrituras para reinterpretarlas, y se  aventuró en el sectarismo o en el soliloquio personal. No sorprende, pues, que clavado en la cruz, Jesús dudara en lo más profundo de sí mismo al proclamar la célebre frase "Díos mío, Díos mío, porqué me has abandonado". Las manos limpias de Pilatos, la ley romana de Herodes, y el pueblo hebreo coreando su culpabilidad, se instauraban como el 'no-yo' anónimo en la identidad de Jesus de Nazareth, que rechaza al 'yo' autor de sus ideas.
  
 La actualización de unas leyes moralmente prescritas en la vida de un pueblo, sí, requirió de una voz que avanzara otro modo de pensar acorde con la necesidad de emancipación de las personas. Pero Jesús no está fuera de la comunidad que le da muerte, a la que ama y desea salvar y que le corresponde así. Amar a los demás es amarse a uno mismo, ya que el 'no-yo' es inseparable del ‘yo’ en la plenitud del individuo –plenitud del espíritu-. Jesús es también parte del Todo del cual se siente separado, y al que denomina Dios, Y tal vez sea esta la causa del abandono que invade al hombre en su crucifixión.

  Ruego nadie se sienta ofendido por estas reflexiones dentro del máximo respeto a la tradición.

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