viernes, 6 de abril de 2012

Ecología de la democracia (3)

Una democracia fundada en la responsabilidad política del ciudadano es claramente ventajosa para la ecología. El tipo de democracia piramidal, articulada sobre la incumbencia del ciudadano en la legalidad de las decisiones, pone mucho más énfasis en la concreción  de los asuntos a tratar que en su generalidad. La confrontación directa entre varios sujetos afectados por un asunto, enmarca el asunto fuera de su generalidad para ser estudiado. El modo particular de incidir de cada sujeto en un asunto, singulariza la obtención del resultado que se resuelva la confrontación. Cada suceso cuando es investigado, aquí y ahora, por distintos puntos de vista, es único, incomparable e irrepetible. En un análisis global, diríamos que la generalidad de un hecho no obra por igual en un reducto de personas actuando en un área específica que en otro situado en otra área. Es pertinente, pues, que cada vecindad decida sobre el modo de tratar sus cuestiones y darles salida. Este proceder despierta el sentido de la responsabilidad en los individuos y acentúa la reflexión íntima sobre las cuestiones que les atañen.

     La incumbencia del ciudadano en las resoluciones que afectarán su vida, hace que deba analizar cuidadosamente su pensamiento sobre las cuestiones a tratar. La localización de los problemas en sucesos concretos, despierta en el ciudadano ideas sobre sus verdaderos intereses y el tipo de vida al que aspira.
    En un sistema democrático lineal donde el estado asume el peso de la casi totalidad de las decisiones finales, al ciudadano no le queda sino quejarse para sus adentros o compartir su queja con los más cercanos. El estado asume la reflexión y la responsabilidad de lo que cree más conveniente para todos, sin perderse en diferencias, y a cambio ofrece protección, asegurando unos derechos mínimos con el fin de apaciguar posibles deseos de rebelión. Aligerar la responsabilidad del ciudadano no es el mejor modo de atajar los problemas medioambientales. Nadie como el ciudadano libre, toma en consideración el futuro del entorno inmediato en sus planificaciones. ¿Es cierto esto?. Gran parte de los pensamientos que puedan persuadirnos de la imprecisión de esta afirmación, vienen heredados del propio sistema democrático que recomendamos revisar. Cuando imaginamos que en el orden de preferencias del ciudadano común, raramente la ecología está entre sus primeras prioridades, todavía no nos hemos desplazado al ámbito de su libertad y responsabilidad política. 
  Las prioridades psicológicas heredadas de unas políticas que propiciaron la homogeneidad del individuo, es abono para un consumismo a gran escala de productos estandarizados, creados bajo condiciones virtuales alejadas de la existencia real del individuo. A decir verdad, no hay como abstraer al individuo del entorno físico y biológico en el que vive para uniformarlo en serie con los demás. Alejarlo de su entrelazo causal y cualitativo con la naturaleza en la que vive, es la amputación de una percepción genuina de la que se despierta su primer rango de significaciones.

   La legitimidad de una idea, para quien tiene que defenderla desde lo hondo de su espíritu, nunca está desconectada del entorno físico y biológico en cuya experiencia se enraíza. Por esto, la relegación del poder político a la proximidad del individuo, obliga a purificar imposiciones culturales desajustadas de la situación concreta a debatir.
   No estamos acostumbrados a tomar decisiones políticas que nos conciernan y por consiguiente, a responsabilizarnos de lo que pensamos. Sin embargo, la necesidad de consenso entre una vecindad y gradualmente, entre vecindades, pueblos, valles, regiones y demás, nos obligaría a reflexionar y a comprometernos ya, desde la base piramidal de esta democracia representativa.


   Cuando se debate en un entorno reducido se afrontan ideas disconformes difíciles de aunar. Se aprueban resoluciones por mayoría, no obstante, y esto es importante, nadie tiene que renunciar anónimamente a sus intereses. En adición, dialogando sobre cuestiones muy concretas cuyo trato está más aquí de ideologías abstractas de carácter teórico, pueden superarse diferencias profundas. Y por último, podemos ponernos en el lugar del otro para comprender su punto de vista práctico. Se abre una dialéctica efectiva entre soy uno como los demás y los demás son otros como yo. Es decir, aunque estamos sometidos a unas circunstancias comunes, cada uno cree que su razón es universal. Por ello, la conciliación de los conflictos en el campo de lo privado, i-limita las coordenadas del acuerdo posible entre los afectados. En un ámbito de libertad y responsabilidad efectivas, el debate directo entre ciudadanos se inunda de reflexiones que aguardan un consenso político ecuánime. La elección de una opción desfavorable para el entorno natural, solo queda condicionada a la falta de diálogo entre los responsables directos de unas acciones destinadas a actualizar el pasado con el futuro en el presente.  
                                                                                     foto: Assumpta Taulé

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