lunes, 30 de abril de 2012

Ecología de la democracia (5)



A mi entender son varios los beneficios ecológicos que derivarían de un sistema representativo en cuya legitimidad se ve antes la idea de consenso democrático que la de la mayoría democrática.   

    La irregularidad de unas normas establecidas por una diversidad de habitantes que se responsabilizan efectivamente de las cuestiones que les atañen, será un freno para expansión industrial, pero un aliciente para la sostenibilidad medioambiental.

   En rigor la puesta en práctica de este sistema representativo estructurado sobre la base del consenso es casi inimaginable. Agravado además con la dificultosa reconversión desde los senderos actuales de la política existente. Pero el futuro no muy lejano, al que parece que estamos destinamos si seguimos en esta dirección, exige iniciar unas maniobras sociales extremadamente complicadas para obtener el cambio necesario que puede salvarnos de la autodestrucción. Incluso la aplicación técnica de la ciencia futura para revertir parte del daño ecológico sufrido, será de escasa utilidad sino aparece una exigencia fuerte, decidida y comprometida del ciudadano que haga frente a los intereses contrarios de una minoría social, en la cúpula del poder mundial.

   La posibilidad  del bio-regionalismo1 y las autonomías locales que aparecerían por efecto de la descentralización de la democracia implica aceptar previamente unos retos. Debe presentarse cierta resistencia a normas que contravengan las respuestas autónomas de grupos bio-comunitarios, con independencia del tejido social en el que se integren. Este reto se inicia individualmente con la detección y depuración de las patologías sociales que anonadan la expresión más irreductible de uno mismo. Se origina un sentimiento de desconfianza hacia normas extrañas que contravienen la voluntad más intima de uno, y se origina un sentimiento vecinal  no deseado de sumisión a unas imposiciones legales muy alejadas de su interés común. No debería ser suficiente con lamentarse, e incluso protestar si esto no libera al grupo afectado del sometimiento a unas disposiciones generales de carácter institucional que van contra su interés. Hay que resistirse pacíficamente a aquello que deroga la expresión de un grupo ligado a una situación de hecho presente; y entiéndase esto en su más amplio sentido. La urgencia e inminencia del cambio social que precisamos, pide que renunciemos al cómodo paternalismo del pretendido “estado del bienestar” en pos de estar bien con uno mismo. La convivencia humana debe partir del derecho de cada uno a gestionar su felicidad. Para ello el respeto a uno mismo debe confrontarse al de los demás; comprenderlos y ser comprendido por ellos2. El consenso se revela como la expresión visible de esta eclosión entre el conflicto y la solidaridad que hace del grupo un poder autónomo.



  En la práctica las disposiciones efectivas acordadas por cada núcleo local de decisión, dificultarían en extremo la producción de unas mercancías homogéneas, de bajo coste, pensadas para vender a una mayoría extensa de la población. No es difícil de preveer una desmembración de las grandes empresas cuya ambición final solo es la acumulación de lucro. Aquí las empresas autogestionadas, cuyos objetivos no se reducen únicamente al lucro, dispondrían de un modelo político muy propicio para sus fines. En paralelo, esto motivaría el desarrollo de la pequeña y mediana empresa, diestra en cubrir estos mercados localizados con la tecnología existente y sistemáticamente perjudicada por las grandes corporaciones multinacionales. Sin duda la desintegración del mercado en áreas locales de consumo y producción acarrearía un decrecimiento sustancial de la economía, pero en contrapartida, esto viabilizaría la gestión de una auténtica economía sostenible para el planeta. 
 
    La riqueza de unas resoluciones de ámbito local, compatibles, aun en la disidencia, con otros ámbitos de decisión más generalizados, exige repensar y reorganizar además del poder legislativo, el poder judicial, la gestión tributaria, el modelo educativo, la administración de la salud y todas las demás instituciones en general. Este proyecto no es imposible, y las TIC permiten implementar logísticas ahora impensadas en el concierto político. Pero sin la introspección del ciudadano desencantado, desdichado, y desengañado de sí mismo, la superación de este sistema intoxicado por el triunfo de la avaricia, es inviable. La democracia en el modo actual de mostrarse no tiene posibilidad de transformarse por sus propios mecanismos. La transformación tiene que venir de un reencuentro del individuo con sus verdades más profundas. Algunos denominan a esto empoderamiento. La fricción que desatará un proceso de estas características sí puede mediar el tránsito hacia otra democracia más justa y más ecológica. Sin lucha, sin violencia, la visión superior incapacita naturalmente a la visión inferior.  El individuo tiene que regresar sobre sus pasos hacia los orígenes de su percepción. Reestablecer el vínculo originario de su cuerpo con los elementos, para protegerse de los artilugios consumistas que seducen su voluntad. Sentir la llamada de lo próximo e inmediato en su ecosistema, para intuir la aquiescencia de sus elecciones. De este modo puede administrarse una nueva democracia enraizada en la responsabilidad de un individuo que tiende la mano hacia los otros sin traicionar su trabazón con el medio que con ellos comparte.
                                              Fotografía: Assumpta Taulé

2.      Vid. Nicolescu, B., La transdisciplinariedad. p. 97.

2 comentarios:

  1. ¿Cómo se puede articular un “sistema” democrático en el que el “consenso” esté por encima de la “mayoría”? Me parece un acercamiento imaginativo y estimulante, con los tiempos que corren...

    Desde luego creo –y cada vez más gente a nuestro alrededor siente en la misma dirección- que se necesita empezar a realizar “maniobras sociales” para cambiar el sistema actual, pero antes de movilizar a la gran mayoría, debería de estar claro la “meta” a la que se pretende llegar.
    Atisbo un área de trabajo, en todo lo que apuntas, pero no está demasiado claro, ni el destino, ni el camino por el que llegar.
    Tampoco yo lo veo “fácil”...

    Y, desde luego, entiendo que cualquier camino de presión y de acción social debe venir de la mano de la “Resistencia pacífica”, por muy difícil que sea hoy mover montañas, sin el uso de la fuerza (yo también confío en que la “fuerza interior” es la más poderosa, pero la sociedad actual se ha concentrado en reducir a cero el encuentro interior con uno mismo y en ceder nuestro “control” a terceros exteriores que “velan” por nosotros...).

    Comparto contigo, también, la idea que el “estado del bienestar” ha sido volcado muy hacia fuera y desde fuera, olvidando la importancia del equilibrio personal y la paz interior.

    El “Biorregioalismo” me parece una idea francamente interesante, pero casi imposible de realizar, hoy en día, con la bajísima conciencia ecológica imperante y los mega-intereses que las grandes corporaciones tienen en que el estatus quo actual siga sine die.

    Apoyo completamente la idea de un impulso a las “áreas locales de consumo y producción”, como alternativa al abuso de control que las grandes corporaciones tienen, de forma bastante efectiva, en la actualidad.

    El camino hacia ese “desmembramiento” de los poderes fácticos actuales, comenzando por las grandes corporaciones empresariales (con los medios de comunicación, justo detrás) parece bastante idealista e inimaginable, sin una auténtica REVOLUCIÓN.
    Y, contando con que la idea de revolución “cruenta” está lejos de nuestra mente, ¿Cómo siquiera comenzar una auténtica revolución moral, partiendo del nivel tan bajo de conciencia social actual?

    Se necesitaría una degradación social lo suficientemente fuerte -brutal-, como para que a la inmensa mayoría del mundo le pareciera la “menor de las malas medidas alternativas”. Lo triste de la historia es que todo el sistema actual parece degradarse progresivamente en tal sentido, a una velocidad que da verdadero pavor.

    Tu último párrafo es absolutamente “perfecto”, lo suscribo al 100% y me encantaría que fuera la base de un nuevo partido político, asociación ciudadana o comunidad de pensamiento –da igual-; me apuntaría de forma automática y le dedicaría el tiempo y esfuerzo que requiriese, pues creo que este planeta y todos nuestros descendientes necesitan dicho esfuerzo.

    Un abrazo y buena suerte en el intento! Cuenta con mi apoyo y franca colaboración.

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  2. Hola Paco, suscribo tu opinión, tan realista y acertada como viene siendo regularmente. Has dado con la pregunta clave, para la que no tengo respuesta: cómo despertar de la abducción social a millones de personas que navegan a la deriva en sus barcos de celofán. Lamentablemente no hay mucha conciencia social en la población y el desencanto, para colmo, es aprovechado por un mercado emergente de fórmulas pseudo-espirituales, de autoayuda o de "acompañamiento", perfectamente integradas en la dirección degenerativa de este sistema. Creo no obstante, que la escasez de recursos energéticos, en un plazo no muy lejano, va a producir efectos devastadores en la vinculación artificiosa entre consumo y bienestar. Los pocos, y tal vez no sean tan pocos, que están empeñándose en una actitud valiente frente al miedo de "no tener" van viendo que una actitud verdaderamente (no aparente) responsable proporciona más satisfacción que no la comodidad, la ilusión o la novedad de los productos en el mercado. Si llega este tiempo no muy lejano que veo venir, creo que serán éstos los únicos capaces de proponer un sistema de convivencia alternativo, aunque hoy su presencia sea anónima en meros experimentos sociales que no han dado todavía sus frutos. De mi parte, pienso que la revolución prenderá, como el fuego, por fricción entre la lealtad a uno mismo y los que me rodean y el gran guiñol movido por hilos invisibles. Iremos viendo que pasa, pero no hay que dejar de sentir gozo en el recorrido por lo que hacemos.
    Agradezco mucho tu colaboración en el blog

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