EMOCIONES
PROFUNDAS (1)
No
se el motivo por el que tantas creencias han arraigado en nuestra mente
condicionando peligrosamente las decisiones que tomamos. Al parecer nos hemos
negado la posibilidad de evaluarlas propiamente antes de acatar ciegamente sus
predicados.
De
una parte, la corriente cientifista que ha tomado el papel de lo incontrovertible, reservado
a lo divino, introduce nuevos enunciados hábilmente gestionados por el mercantilismo,
cuya especifidad técnica escapa a nuestra comprensión para aceptarlos.
Lo sorprendente es la facilidad con la que nuevos descubrimientos
pretendidamente "científicos", vienen a desarmar los antiguos en el
tránsito de unos pocos años. Siempre aparece algo nuevo en el expositor que
deja obsoleto lo anterior. Todo lo cual nos lleva a dudar de la base
verdaderamente científica de algunas afirmaciones que arraigan en la cultura
por la demagogia de ciertos predicadores. Yo sí creo firmemente en la ciencia,
si bien, el rótulo "está científicamente probado..." no debería
confundirnos al extremos de acallar las dudas sobre la validez de una afirmación
científica. El avance incesante de la ciencia prueba que el campo por explorar
siempre es muy superior a la finitud de lo explorado. Además, los resultados
obtenidos, en un área específica de la ciencia, no contemplan otras
"realidades" abordadas en otros ámbitos científicos que vienen a
corregir y a profundizar sobre aspectos más fundamentales, imposibles de tratar
bajo el sesgo de una sola especialidad. No existe una ciencia a la que se
reduzcan todas las demás (Nicolescu, Basarab, 1996). Por último, el rigor del protocolo
científico avalado por el método de prueba y error, no siempre puede superar
los intereses de algunos sectores muy poderosos que acechan resultados para su
conveniencia.
De otra parte, la iniquidad con la que muchas personas son
anuladas por las convenciones y reglas sociales, hace que por
esperanza o rebeldía, deban refugiarse en la voz de mensajeros
espirituales, quienes hacen suyas máximas filosóficas o científicas, o
profecías o párrafos sagrados, sacándolos fuera de su circunscripción, y
amplificándolos a la medida de su perversión. No falta tampoco en el capítulo de
creencias, las que insertan los cursos de auto-ayuda u otras derivaciones de
moda de las que se ha apropiado el sistema productivo para sus fines.
Vivimos
en unos tiempos marcados por la complejidad. No es tarea fácil la puesta en
suspensión de unas creencias, de cuya certeza no tenemos signos evidentes, para evaluarlas desde nuestro saber más irreductible. Este
considerable esfuerzo nos entrega con demasiada facilidad al gregarismo
quejumbroso de unos sectores sociales, o a la banalidad simplista de unas
respuestas "emotivas". De este modo apaciguamos en la superficie,
cómodamente, nuestras insatisfacciones más profundas. Resulta paradójico que en
la era del materialismo positivista, cuya premisa principal es la
"objetividad", y por consiguiente, la neutralidad del sujeto, estemos
inmersos en un tejido de creencias cuya argumentación es confusa o se asienta
sobre datos poco relevantes, sino arbitrarios. "Es tiempo de explicar de
manera sencilla la complejidad. Si no, solamente socializamos la ignorancia"
(Ramon Folch, 2011).
El vacío ontológico que nos rodea y del cual podemos difícilmente
emerger como voluntades autónomas, abre una apetitosa brecha para colocar
mensajes coercitivos que programan nuestra conducta a favor del interés ajeno.
Señuelos como el liderazgo, el éxito social, la jovialidad perenne, la
exterioridad del cuerpo, la atracción sexual, el disfrute compulsivo, la
seguridad económica, y tantos más, son indicadores del extravío del
individuo en un vacío de poder permeable a creencias coercitivas publicitadas
por instituciones. También el simplismo mediático del cual la información se ha
apoderado, es otro modo de alentar la creencia allí donde enciende
deliberadamente emociones buscadas sin ahondar en la complejidad de las temáticas
a tratar. Hasta aquí, la vulnerabilidad del ciudadano en un mundo complejo de
informaciones cruzadas que superan la capacidad del individuo para surgir desde
su conocimiento originario. Pero tampoco la política es una excepción: el
ciudadano debe resguardarse bajo el patrón de filiaciones estandarizadas cuya
orientación se plasma en unos actos protocolarios que responden más a la
costumbre que a una verdadera ideología.
Como
afirmó Simone Weil: "Todos lo términos del vocabulario político i social
podrían servir de ejemplo (...) Cada uno de estos términos parece representar
una realidad absoluta, independiente de todas las condiciones, o un fin
absoluto, independiente de todas las formas de acción, o incluso, un mal
absoluto; y al mismo tiempo por cada uno de esos términos entendemos
alternativamente o simultáneamente, cualquier cosa" (Weil 1937: 32). La
ideas acuñadas en términos políticos como socialismo, capitalismo, terrorismo y
demás han perdido de vista el horizonte por el que se constituyeron para caer
en la perpetuación de unos actos repetitivos que empobrecen su representación.
Apenas no hay algún gobernante que deje la insignia de su
solapa para evaluar sin etiquetas los actos que se procesan bajo su
mandato. Siempre hay un oneroso pasado por el que la acción se
justifica para un codiciado futuro, escurriéndose del presente en donde se
perfila el verdadero acierto o fracaso de la acción.
Efectivamente,
los deberes políticos sujetos a la repetición de unas acciones dogmáticas se
desamarraron hace tiempo de las situaciones prácticas por las que existieron, y
terminan siendo parapetos tras los que se escudan fines partidistas y egoístas
de los dirigentes en el poder. Este tipo de "creencias políticas" a
la deriva, que no pertenecen a ningún pensamiento articulado, son peligrosos
anestésicos que obvian adentrarse en los problemas concretos del ciudadano ahí
donde los padece localmente. Curiosamente, hay una relación inversa entre la
proximidad del político hacia los problemas del ciudadano en tiempo de campaña
electoral y la distancia que pone cuando ya ha obtenido su voto. La
ecología pertenece a este tipo de problemas de primer orden ligados a la
situación de hecho que envuelve el ciudadano. Hoy pese a su impacto, sigue
sin prestársele una atención principal dentro de las formaciones políticas, y
el motivo es que no hay como correlacionarla con ninguno de los esquemas fundados
sobre la práctica del mercantilismo en el primer escalafón del interés
humano.
foto: Assumpta Taulé
foto: Assumpta Taulé
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