viernes, 29 de junio de 2012

EMOCIONES PROFUNDAS (1)


EMOCIONES PROFUNDAS (1)

No se el motivo por el que tantas creencias han arraigado en nuestra mente condicionando peligrosamente las decisiones que tomamos. Al parecer nos hemos negado la posibilidad de evaluarlas propiamente antes de acatar ciegamente sus predicados.

 De una parte, la corriente cientifista que ha tomado el papel de lo incontrovertible, reservado a lo divino, introduce nuevos enunciados hábilmente gestionados por el mercantilismo, cuya especifidad técnica escapa a nuestra comprensión para aceptarlos.  Lo sorprendente es la facilidad con la que nuevos descubrimientos pretendidamente "científicos", vienen a desarmar los antiguos en el tránsito de unos pocos años. Siempre aparece algo nuevo en el expositor que deja obsoleto lo anterior. Todo lo cual nos lleva a dudar de la base verdaderamente científica de algunas afirmaciones que arraigan en la cultura por la demagogia de ciertos predicadores. Yo sí creo firmemente en la ciencia, si bien, el rótulo "está científicamente probado..." no debería confundirnos al extremos de acallar las dudas sobre la validez de una afirmación científica. El avance incesante de la ciencia prueba que el campo por explorar siempre es muy superior a la finitud de lo explorado. Además, los resultados obtenidos, en un área específica de la ciencia, no contemplan otras "realidades" abordadas en otros ámbitos científicos que vienen a corregir y a profundizar sobre aspectos más fundamentales, imposibles de tratar bajo el sesgo de una sola especialidad. No existe una ciencia a la que se reduzcan todas las demás (Nicolescu, Basarab, 1996). Por último, el rigor del protocolo científico avalado por el método de prueba y error, no siempre puede superar los intereses de algunos sectores muy poderosos que acechan resultados para su conveniencia.

   De otra parte, la iniquidad con la que muchas personas son anuladas por las convenciones y reglas sociales, hace que por esperanza o rebeldía, deban refugiarse en la voz de mensajeros espirituales, quienes hacen suyas máximas filosóficas o científicas, o profecías o párrafos sagrados, sacándolos fuera de su circunscripción, y amplificándolos a la medida de su perversión. No falta tampoco en el capítulo de creencias, las que insertan los cursos de auto-ayuda u otras derivaciones de moda de las que se ha apropiado el sistema productivo para sus fines.

 Vivimos en unos tiempos marcados por la complejidad. No es tarea fácil la puesta en suspensión de unas creencias, de cuya certeza no tenemos signos evidentes, para evaluarlas desde nuestro saber más irreductible. Este considerable esfuerzo nos entrega con demasiada facilidad al gregarismo quejumbroso de unos sectores sociales, o a la banalidad simplista de unas respuestas "emotivas". De este modo apaciguamos en la superficie, cómodamente, nuestras insatisfacciones más profundas. Resulta paradójico que en la era del materialismo positivista, cuya premisa principal es la "objetividad", y por consiguiente, la neutralidad del sujeto, estemos inmersos en un tejido de creencias cuya argumentación es confusa o se asienta sobre datos poco relevantes, sino arbitrarios. "Es tiempo de explicar de manera sencilla la complejidad. Si no, solamente socializamos la ignorancia" (Ramon Folch, 2011).

    El vacío ontológico que nos rodea y del cual podemos difícilmente emerger como voluntades autónomas, abre una apetitosa brecha para colocar mensajes coercitivos que programan nuestra conducta a favor del interés ajeno. Señuelos como el liderazgo, el éxito social, la jovialidad perenne, la exterioridad del cuerpo, la atracción sexual, el disfrute compulsivo, la seguridad económica, y tantos más, son indicadores del extravío del individuo en un vacío de poder permeable a creencias coercitivas publicitadas por instituciones. También el simplismo mediático del cual la información se ha apoderado, es otro modo de alentar la creencia allí donde enciende deliberadamente emociones buscadas sin ahondar en la complejidad de las temáticas a tratar. Hasta aquí, la vulnerabilidad del ciudadano en un mundo complejo de informaciones cruzadas que superan la capacidad del individuo para surgir desde su conocimiento originario. Pero tampoco la política es una excepción: el ciudadano debe resguardarse bajo el patrón de filiaciones estandarizadas cuya orientación se plasma en unos actos protocolarios que responden más a la costumbre que a una verdadera ideología.

Como afirmó Simone Weil: "Todos lo términos del vocabulario político i social podrían servir de ejemplo (...) Cada uno de estos términos parece representar una realidad absoluta, independiente de todas las condiciones, o un fin absoluto, independiente de todas las formas de acción, o incluso, un mal absoluto; y al mismo tiempo por cada uno de esos términos entendemos alternativamente o simultáneamente, cualquier cosa" (Weil 1937: 32). La ideas acuñadas en términos políticos como socialismo, capitalismo, terrorismo y demás han perdido de vista el horizonte por el que se constituyeron para caer en la perpetuación de unos actos repetitivos que empobrecen su representación. Apenas no hay algún gobernante que deje la insignia  de su solapa  para evaluar sin etiquetas los actos que se procesan bajo su mandato. Siempre hay un oneroso pasado por el que la acción se justifica para un codiciado futuro, escurriéndose del presente en donde se perfila el verdadero acierto o fracaso de la acción.

Efectivamente, los deberes políticos sujetos a la repetición de unas acciones dogmáticas se desamarraron hace tiempo de las situaciones prácticas por las que existieron, y terminan siendo parapetos tras los que se escudan fines partidistas y egoístas de los dirigentes en el poder. Este tipo de "creencias políticas" a la deriva, que no pertenecen a ningún pensamiento articulado, son peligrosos anestésicos que obvian adentrarse en los problemas concretos del ciudadano ahí donde los padece localmente. Curiosamente, hay una relación inversa entre la proximidad del político hacia los problemas del ciudadano en tiempo de campaña electoral y la distancia que pone cuando ya ha obtenido su voto. La ecología pertenece a este tipo de problemas de primer orden ligados a la situación de hecho que envuelve el ciudadano. Hoy pese a su impacto, sigue sin prestársele una atención principal dentro de las formaciones políticas, y el motivo es que no hay como correlacionarla con ninguno de los esquemas fundados sobre la práctica del mercantilismo en el primer escalafón del interés humano. 
                                                                                                                            foto: Assumpta Taulé

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