Desde que el Hombre se aposentó en la Tierra, y
especialmente el Hombre género hombre, la evolución de la naturaleza en el
planeta se ha ido reduciendo a sus necesidades básicas y a satisfacer sus
ansias de dominación. Me gustaría nutrir la aparente sensatez de este
párrafo inicial, con algún tipo de argumentación.
Básicamente, la categoría de un hecho,
evento o suceso solamente es percibida por el sentido humano. Los
humanos penetramos la dimensión espaciotemporal y percibimos hechos claros
en el oleaje de la creación y la destrucción que acontece naturalmente.
Con esto, el ser humano queda dotado para designarlos, pero para ello tiene que
sostener un sistema coherente de interrelaciones. Un modo de
interrelacionarlos, sino el único desde lo más básico, es por el
fenómeno de la causalidad. Tal vez el don que le hiciera superior al resto
de los animales fuera su habilidad psíquica para trabar procesos causales
dentro del tiempo lineal. Este don, reservado a los humanos, no tiene
desperdicio: puede desplazar la sensación intuitiva del devenir temporal, sin
relieves, por una lógica constitutiva de estructuras causales allí incluso
donde la continuidad temporal no fuera visible. Un perro por ejemplo, huye
cuando percibe fuego-bosque-viento-humo aproximándose; un humano
distingue la combinación de unos hechos simultáneos que causan en este peligro.
Hume ya advirtió que no hay otro modo de inferir la
causalidad que no sea por un hábito fundado en la experiencia. Es decir,
las leyes causales no son directamente aprehensibles por la sensación. Luego,
si sabemos que a esto le sigue aquello, es por la experiencia, dice. En
resumen, “correlación” y “repetición” son suficientes para armar un silogismo
cuyo atributo es la causalidad. Por ejemplo, viendo que bajo ciertas
condiciones se repite siempre la ebullición del agua a una temperatura
constante de 100 grados, inferimos que existe una ley causal que une estos dos
hechos.
La experiencia pues, orienta al ser
humano para tomar las decisiones que han de satisfacerle. Trae al presente los
efectos de unas causas pasadas y de esta manera se puede confrontar el
futuro. Pero este comportamiento le rezaga frente a la inmediatez viva del
presente. No hay una situación idéntica a otra y para cuando conoce sus
consecuencias, ya acontece otra muy distinta, o sensiblemente distinta. El
medio natural no sale perjudicado, pero los humanos tenderían a desaparecer por
su incapacidad de adaptarse a la contingencia espontánea de unos sucesos
inmediatos.
Así el ser humano se inició en
este saber anciano que prevé el advenir con un calado de experiencias en su
mano. No obstante, una vez conoce que bajo ciertas condiciones, ciertas causas
apuntan a ciertos efectos, pudo advertir que muchas de las cosas interesantes en
la vida son obtenibles creando sus causas. Este es el verdadero giro que sumió
la naturaleza entera a la categoría de un gran almacén de recursos para obtener sus fines. El agricultor, no esperó a ver germinar las semillas allí donde las
hubiera y decide obtener su cosecha plantándolas en un terreno adecuado. El
ganadero, administrando alimento a las reses dominó su ciclo reproductivo y se
liberó de ir a cazar. Motivo por el cual alteran el medio, revertiendo un
proceso evolutivo que les eslabonaría dentro de la cadena causal. Subvierten el
medio apropiándose de él para sus intereses.
De este modo el Hombre se anticipa al
futuro poniendo los medios necesarios para obtener lo que se propone. La
prudencia, la experiencia, son reemplazadas por el riesgo y la intrepidez
masculina típica del joven con mucho futuro y poco pasado. La actividad se
genera sobre un fondo abierto de posibilidades en la que el actor recombina
intelectualmente unos hechos para lograr sus fines. De este modo el
Hombre llega incluso a la luna, desafiando lo que no había logrado proceso causal en la naturalaleza. De
aquel sentir pasivo sedimentado por la experiencia, se pasa a una
actividad dirigida que invierte el vertido natural de la
causalidad.
No es una coincidencia que invertir sea
una palabra tan extendida en el mercantilismo, ni que hoy el auge del progreso, asociado a un ideal de
perfección futura, contravenga la de un regreso, asociado a la perfección de un principio originario en el pasado como divisa
de otros tiempos.
Mientras el Hombre hoy pretende Ser sometiendo
la naturaleza a sus configuraciones del mundo, y para esto se esfuerza en
existir dentro de un futuro inexistente, en otro tiempo tenía que remontarse a
un pasado originario para intimar consigo mismo en el centro de su experiencia
global.
Pero la actitud antropocentrista, en
general, no necesariamente es dañina para el planeta. Son dos órdenes contrarios, éstos, que se retroalimentan y en cuyo eje está el sentido humano. El
desencaje entre estos modos de comportarse, enferma el planeta. No debemos desatender nuestra inmersión en el tiempo del que somos sus guardianes en el orden ético. El síntoma más evidente de este desencaje se manifiesta en la degeneración de las relaciones humanas, el
empobrecimiento de la conciencia y el subsecuente sufrimiento.
foto: Assumpta Taulé
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