jueves, 12 de julio de 2012

EMOCIONES PROFUNDAS (2)


Desde que el Hombre se aposentó en la Tierra, y especialmente el Hombre género hombre, la evolución de la naturaleza en el planeta se ha ido reduciendo a sus necesidades básicas y a satisfacer sus ansias de dominación. Me gustaría nutrir la aparente sensatez de este párrafo inicial, con algún tipo de argumentación.

    Básicamente, la categoría de un hecho, evento o suceso solamente es percibida por el sentido humano. Los humanos penetramos la dimensión espaciotemporal y percibimos hechos claros en el oleaje de la creación y la destrucción que acontece naturalmente. Con esto, el ser humano queda dotado para designarlos, pero para ello tiene que sostener un sistema coherente de interrelaciones. Un modo de interrelacionarlos, sino el único desde lo más básico, es por el fenómeno de la causalidad. Tal vez el don que le hiciera superior al resto de los animales fuera su habilidad psíquica para trabar procesos causales dentro del tiempo lineal. Este don, reservado a los humanos, no tiene desperdicio: puede desplazar la sensación intuitiva del devenir temporal, sin relieves, por una lógica constitutiva de estructuras causales allí incluso donde la continuidad temporal no fuera visible. Un perro por ejemplo, huye cuando percibe fuego-bosque-viento-humo aproximándose; un humano distingue la combinación de unos hechos simultáneos que causan en este peligro.

    Hume ya advirtió que no hay otro modo de inferir la causalidad que no sea por un hábito fundado en la experiencia. Es decir, las leyes causales no son directamente aprehensibles por la sensación. Luego, si sabemos que a esto le sigue aquello, es por la experiencia, dice. En resumen, “correlación” y “repetición” son suficientes para armar un silogismo cuyo atributo es la causalidad. Por ejemplo, viendo que bajo ciertas condiciones se repite siempre la ebullición del agua a una temperatura constante de 100 grados, inferimos que existe una ley causal que une estos dos hechos.

    La experiencia pues, orienta al ser humano para tomar las decisiones que han de satisfacerle. Trae al presente los efectos de unas causas pasadas y de esta manera se puede confrontar el futuro. Pero este comportamiento le rezaga frente a la inmediatez viva del presente. No hay una situación idéntica a otra y para cuando conoce sus consecuencias, ya acontece otra muy distinta, o sensiblemente distinta. El medio natural no sale perjudicado, pero los humanos tenderían a desaparecer por su incapacidad de adaptarse a la contingencia espontánea de unos sucesos inmediatos. 

     Así el ser humano se inició en este saber anciano que prevé el advenir con un calado de experiencias en su mano. No obstante, una vez conoce que bajo ciertas condiciones, ciertas causas apuntan a ciertos efectos, pudo advertir que muchas de las cosas interesantes en la vida son obtenibles creando sus causas. Este es el verdadero giro que sumió la naturaleza entera a la categoría de un gran almacén de recursos para obtener sus fines. El agricultor, no esperó a ver germinar las semillas allí donde las hubiera y decide obtener su cosecha plantándolas en un terreno adecuado. El ganadero, administrando alimento a las reses dominó su ciclo reproductivo y se liberó de ir a cazar. Motivo por el cual alteran el medio, revertiendo un proceso evolutivo que les eslabonaría dentro de la cadena causal. Subvierten el medio apropiándose de él para sus intereses. 
    De este modo el Hombre se anticipa al futuro poniendo los medios necesarios para obtener lo que se propone. La prudencia, la experiencia, son reemplazadas por el riesgo y la intrepidez masculina típica del joven con mucho futuro y poco pasado. La actividad se genera sobre un fondo abierto de posibilidades en la que el actor recombina intelectualmente unos hechos para lograr sus fines. De este modo el Hombre llega incluso a la luna, desafiando lo que no había logrado proceso causal en la naturalaleza. De aquel sentir pasivo sedimentado por la experiencia, se pasa a una actividad dirigida que invierte el vertido natural de la causalidad. 
   No es una coincidencia que invertir sea una palabra tan extendida en el mercantilismo, ni que hoy el auge del progreso, asociado a un ideal de perfección futura, contravenga la de un regreso, asociado a la perfección de un principio originario en el pasado como divisa de otros tiempos.

 Mientras el Hombre hoy pretende Ser sometiendo la naturaleza a sus configuraciones del mundo,  y para esto se esfuerza en existir dentro de un futuro inexistente, en otro tiempo tenía que remontarse a un pasado originario para intimar consigo mismo en el centro de su experiencia global.  
   Pero la actitud antropocentrista, en general, no necesariamente es dañina para el planeta. Son dos órdenes contrarios, éstos, que se retroalimentan y en cuyo eje está el sentido humano. El desencaje entre estos modos de comportarse, enferma el planeta. No debemos desatender nuestra inmersión en el tiempo del que somos sus guardianes en el orden ético. El síntoma más evidente de este desencaje se manifiesta en la degeneración de las relaciones humanas, el empobrecimiento de la conciencia y el subsecuente sufrimiento.           

                                                                                       foto: Assumpta Taulé

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