Veo
que existen dos tipos de generosidad, uno que surge desde la culpabilidad y el
otro desde la responsabilidad. La carga de la obligación, o el sentido del deber,
es lo que crea esta distinción. Cumplir con un precepto arraigado a la culpa, o
ser coherente con lo que uno siente, tal vez apunten en la misma dirección pero
no tienen el mismo alcance. Cuando alguien mira hacia otro lado para no perder altura
en su rango social, engañamos a todos, salvo a uno mismo.
La sociedad va creando mecanismos para
suprimir este malestar culposo posibilitando pequeños sacrificios o actitudes
que hagan aparentar la adhesión del individuo a una causa noble. Se evita así
la fisura de la persona dentro de un entorno de amigos, trabajo, familia. En
definitiva, se evita malograr su reputación. En el hacer ecológico, la
administración pública habilita instrucciones para el reciclaje de deshechos y suministra consejos para ahorrar energía, pero no mucho más. Con esto parece
que la fractura ecológica ya no es responsabilidad del individuo y sí lo es del estado, quien tiene que promover las actuaciones necesarias para corregirla: en él
recae la responsabilidad final. Sin embargo, contra lo que pueda creerse, los
gobiernos están tan pringados de este falso bienestar social-material
como lo están sus electores. La maquinaria industrial, embrutecida por la
avaricia general, ha pervertido la felicidad natural del ser humano. Los dispositivos saltan cuando el confort, las posesiones o el entorno en el escaparate de la persona, no están a la altura del
enclave social en el que se le ha posicionado . Su felicidad está
socializada al abrigo de un anónimo cultural. Afortunadamente
o desdichadamente, no nos dejan indiferentes algunos indicios de desproporción
que agrietan las capas de la normalidad cotidiana. Ocasionalmente, irrumpe
un sentido genuino del deber ante la inquietud de un inminente colapso ecológico. La
persona se cuestiona sobre su responsabilidad directa en los alimentos
contaminados, en la desaparición sistemática de la vida salvaje y en el
deterioro medioambiental en su hábitat. Se apercibe de la desmesura de sus hábitos consumistas, para la salud del planeta.
Se necesita mucho coraje y valentía para realizar el cambio radical de estilo de vida que pueda responder
a las exigencias del deber ecológico. La
pregunta es, si no nos satisfacen ya más los valores y las costumbres que nos
han impuesto, ¿seremos capaces de reagruparnos en plataformas sociales donde
exista un modo alternativo de vida que sí tenga un sentido social?. Es el gran
reto
joanbähr@ymail.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario