
Entramos en una fase crepuscular de la democracia en la que la fascinación vapulea sin miramientos la consistencia, coherencia y fundamento del discurso. Es la concatenación de un electorado sin ideas que sintoniza con el líder arrojado, triunfalista y práctico, aunque haya de mentirles para convencerlos. Pero, del lado de los perdedores, se acepta también con alivio que se desdiga de muchas de sus bravuconadas. No tiene ningún valor la palabra dada ni tan solo por su incumplimiento. No hay contrato verbal con los electores, ni menos con la oposición, ante un mundo absorto que no sabe como posicionarse. Esta indiferencia del electorado ante unos asertos a cambio del voto, que no iban a cumplirse desde el minuto cero, muestran que las razones son lo de menos. Si un político puede razonar sus propuestas es que va a llegar hasta el final. Es que se entiende bien consigo mismo. Si lo único que importa es la defensa de unos sentimientos históricos, clasicistas y tendenciosos las palabras poco importa puesto que, incluso aquellas ideas (republicanas) de las que se originaron, han sido olvidadas. No hay fraude cuando nadie se siente defraudado. Es inquietante ver un escaparate político de exigencias, reproches, promesas, insultos, guiños y sentencias que no se sustenta en ninguna razón. Al que cualquier réplica le es indiferente puesto que no estamos en la escena del debate ideológico.
El feudo de la razón son los principios universales. En sus horas bajas, el sectarismo y la xenofobia van al alza. El mandatario sabe serpentear por las grandes palabras sin ahondar en su significado. Por este motivo, no le importa demasiado no atenerse a lo dicho.
joanbahr@ymail.com
Bueno, no totes les promeses queden a l'oblit... La negació del canvi climàtic i polítiques energètiques amb carbó i fracking es mantenen.
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