lunes, 10 de septiembre de 2018

La unidad, una losa.


Recientemente regreso del Symposium "Ecosofia i intuïció cosmoteándrica" dentro de los actos del año Pannikar 2018 conmemorando los 100 años desde su nacimiento. Si hay algo que los ponentes en general defendían es la idea de la existencia de un Unidad sobrevolando por encima de todas las maneras en la que entendamos las relaciones entre los seres humanos y la naturaleza. La UNIDAD como centro gravitatorio de la teoria Gaya, donde se defiende la Tierra como un organismo vivo e inteligente; o Dios en el estudio comparativo de religiones.

El mater-mundi de una Supraunidad divina o material sobrevolando por encima de todo antagonismo dialéctico, puede que haya servido para atemperar los últimos milenios de patriarcalismo, abandonando a una segunda posición la figura de la mater real encarnada en las mujeres.

El contrapunto al tejido interestelar de un Ser eterno en cuyas tripas hay algo, alguien - Dios, Brhama, el gran espíritu, la conciencia intersubjetiva- , reside en la fugacidad de un instante sin tiempo, un aquí sin lugar, una libertad sin restricciones, una individualidad a ultranza, una antimateria. En el camino medio entre la unidad y el vacío aguarda la creatividad; una lanza para perforar los tejidos eternos del orden constituído que siempre va un paso por detrás del ahora vivo y presencial. En las bodegas del antropocentrismo hay una consciencia individual que encuba todo en una Unidad. Los misterios que se cuelan por sus fisuras, imposibles de ordenarlos, orientan el antropocentrismo hacia un teocentrismo, en una figura omnipotente, que sirve de alguna manera para legitimar el antropocentrismo cargando en sus espaldas con lo extraño y extralimitado.

El acontecimiento natural es cósmico y caótico dominando indistintamente uno sobre lo otro; y no puede estar sometido a ninguna regulación eterna. Contemplando sin juicio, sorbiendo  de la intuición instintiva, aparece el amanecer de un diálogo con la natura liberador para los seres humanos confinados en el humo de su pensamiento denso y pegajoso, vacío de gozo espontáneo. El daño irreparable a la exhuberancia indescriptible de millones de especies animales y vegetales, nos castiga con el látigo del estrés, la preocupación, la perversión sexual, el ansia incontrolada, la morbosidad, el cansancio crónico y una lista de síntomas en la carcel de un pensamiento regulador del acontecimiento natural. Muchas tradiciones buscan integrar la libertad e independencia de los seres humanos alzando el techo de la unidad con complicadas formulaciones. No aceptan la ruptura insolente del tiempo continuo ni tampoco la creación de un camino sin comienzo. El dominio ejercido sobre la naturaleza ha colocado al ser pensante en una fosa de unas reducidas dimensiones que cree ubícua.

En la naturaleza, el roce entre seres tiene imprevisibles reacciones. Porqué no aceptar que somos un sistema nodal de relaciones cruzadas sin centro ni periferia; un intercambio orgánico de cuerpos aguerridos que se enfrentan y se entrevierten en un esfuerzo por distinguirse y arroparse. La jaula de seguridad constituida por el capital humano es un mito, cuelga de una frágil cohesión ciega en la hondura de un profundo lodal anegado. El insumiso a la Unidad está facultado para crear dialogando con un inconsciente sin contaminar. Recobra la vida del paraiso olvidado del que nos hemos expulsado.

Hay que ver que nuestra realidad es solo nuestra, en la medida en la que aparece desde un acto de libertad, liberador, fresco, espontáneo y reparador. La vida salvaje, mutilada del inconsciente, ha conducido la vida humana consciente hacia la neurosis y la depresión. La herida está ahí y seguirá sangrando hasta que se recobre el respeto hacia los territorios salvajes, inseguros, heterogéneos, en donde la unidad no es factible. Donde la sorpresa, la novedad, el acecho, la alteridad, la finitud y la distinción, son sus cordenadas secretas. El corte que separa algo de otra cosa, abre la intuición hacia aquello, insertando furtivamente al perceptor en su nicho correspondiente del  territorio. La veneración devota y sumisa a la Unidad ha derivado hacia la uniformidad que impera a nivel planetario en el presente. Hasta no recuperar la otreidad, la alteridad, el vacío en un entrecruce de miradas, los ríos sin puentes, la vida salvage confinada ahora a espacios controlados, algo de mí seguirá dormido, sin florecer, muerto. Querer anillar la Ecosofia en los formatos de la Unidad, es detenerla, contenerla, impedirle avanzar  para readaptar la Vida a los territorios sin un orden instituído. Hay que recuperar la Vida, en definitiva, en la que el ser humano se distingue propiamente.  

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