miércoles, 2 de noviembre de 2022

La plastificación.

 


              Algo me hace pensar cada vez tengo que gestionarme yo mismo los procedimientos bancarios para cualquier tipo de operación dineraria relacionada con impuestos, pagos a terceros, transacciones, cobros de clientes, apertura de cuentas etc…, extraviado en una complicada terminología bancaria para la que no estoy preparado, que este suplicio no es solamente por causa de una reducción planificada de los recursos humanos para aumentar la cuenta de resultados de los bancos. Pero no son solo los bancos, también las grandes compañías de suministros de gas, electricidad, teléfono, de las cuales dependemos, las que se han apuntado este modelo  ‘ikeaniano’ por el cual tú mismo tienes que aprender a montar el servicio que has contractado con ellas.

              Por último, y más grave, también la administración te exige tramitarte tú mismo casi todas las obligaciones ciudadanas, sancionables además si no son atendidas como es debido. De ahí arranca mi desespero en indignación cuando el llamado ‘usuario’ (que reemplaza la condición de ciudadano), perdido en una maraña de contraseñas y pantallas, se ve incapacitado para cumplir todas las exigencias informáticas que la administración u otros servicios le exigen para sobrevivir en esta  imperante de sociedad tecnificada.

El desespero aun continua hasta convertirse en alineación cuando el individuo ablandado en el laberinto de unos trámites burocráticos que rozan el imposible, busca comunicarse con algún ser humano que pueda allanarle el camino digital y  topa únicamente con teléfonos de consulta que no responden y con más trámites digitales para poder concertar una cita presencial mediante ‘cita previa’ que siempre está saturada, y que el propio sistema nunca te concede para hallar una salida -conseguir cita previa en el INEM o la Seguridad Social, hoy, raya el absurdo, por ejemplo-.

Mientras más pienso en la subordinación del ciudadano-a o ‘cliente’ a la maquinaria digital, más se me hace evidente que hay un cálculo estratégico para prescindir del factor humano en las gestiones de los servicios básicos y administrativos. De una parte, la intervención humana  puede equivocarse en la gestión, dejarse llevar por sentimientos y razones, e interactuar emocionalmente aunque solo sea mediante la expresión facial o el tono de voz  en la comunicación. Son aspectos en la comunicación  que no dejan huella digital en el sistema. Es decir, son fugas incómodas que escapan al control de los instrumentos digitales. De otra parte, la comunicación emocional o racional prodiga el alimento de sentirse-humano que no conviene a los intereses de dominación de quien nos quiere plastificados. No interesa la posibilidad de contactos afectivos que puedan insubordinar o empoderar un mínimo al individuo que ha sido ‘impersonalizado’. Con la plastificación humana se logra canalizar la indignación ciudadana hacia la impotencia, la resignación y finalmente, hacia una sumisión y frustración en privado para las cuales se ha puesto a disposición recursos de entretenimiento digital muy bien ingeniados, tales como las series mundiales, ciberjuegos, y a las puertas de un metaverso un sinfín de aplicaciones que basta solamente descargar para distraerse.

Por cierto, recientemente ordené verbalmente a mi smartphone que realizara una operación y me respondió en tono contundente “me llamo siri”, como si le hubiera faltado el respeto. No creo este engaño que sea del todo inocente. También se ha normalizado la inteligencia artificial, facultad reservada tradicionalmente a los seres humanos. Y veo, pues, que el camino a los sentimientos artificiales ya despunta en el horizonte. Otro ejemplo. La instauración de unos jueces digitales ya es una realidad que va ganando terreno en el ámbito judicial por su imparcialidad y la cantidad de información que pueden procesar para sentenciar un veredicto. Es otra muestra del incómodo factor humano que puede contemplar, revisar, rectificar e introducir excepciones a su consideración en el control de la justicia.

 Sin ahondar más a fondo, pero que  no quiero dejar de mencionar, la interacción con el aparato digital ha mezclado un producto que no tiene temporalidad -unos píxeles que no se humedecen, ni se oxidan, ni se queman, ni se deforman-, con la temporalidad de la carne humana reactiva a sensaciones y emociones que cuajan en sentimientos y que son el sustento de sentirse-humanos. No sé si, por tanto, la plastificación masiva del ser humano no obedezca a un proyecto de eliminación masiva de humanidad, para un mundo que asoma donde la degradación medioambiente y la ecología del territorio ya no permitirán sentirse en un cuerpo humano como hemos conocido. Y me gustaría equivocarme.

joanbahr@ymail.com

1 comentario:

  1. De acuerdo al 99,5 por ciento, el único consuelo es que si tengo que escoger entre un juez de Vox (la mayoría) o un juez digital aunque el software este programado por el doctor Mengele, me quedo con el digital

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