domingo, 23 de septiembre de 2012

EMOCIONES PROFUNDAS (5)


EMOCIONES PROFUNDAS (5)

El sentido de identidad es fundamental en la más alta esfera de la felicidad humana. Sentirse y hacerse uno mismo en la encrucijada del pensamiento y del sentimiento, es tener una vida con pleno sentido. El capricho o la frivolidad, de quien sus sentimientos flotan en el odio o la envidia, privan al individuo de arraigarse en unos valores primigenios de la vida que la naturaleza transmite al cuerpo en su proceso evolutivo. Análogamente, el sometimiento del pensamiento a un ideario ajeno impide al individuo surgir autónomamente desde sus convicciones más íntimas. Un modelo verdaderamente sostenible debe ser fundado sobre una auténtica la felicidad. El olvido de las lazos con el ecosistema, equivale a prescindir de los canales de la vida en el tratamiento de la identidad. Es como pensar que fuera de la vida podemos sentir plenamente quien somos.
   La identidad del sujeto está estructurada básicamente sobre dos tendencias entrecruzadas. La más difundida, derivada de la corriente individualista y en la que no voy a extenderme, responde en general, a la tendencia del sujeto a identificarse con su idea de lo que las cosas son. Se identifica con su proyecto de vida; luego, su mirada está puesta en el futuro. Tiene que superar otras ideas disconformes para no quedar anulado por aquellas. Aquí manda el principio de competitividad. Pero a mí, la tendencia que más me motiva es la más olvidada. Un sujeto que se rescata a sí mismo desde su anonimato en la cadena causal de la evolución. La relación de las cosas con nuestro cuerpo deja el sabor de unas experiencias y tras ellas, tiene que urdirse la trama de un yo depositario de ellas. Las cosas tienen su propia cualidad y nos conmueven por la necesidad encubierta de tener “alguien” al final del hilo que las sienta para sí mismo. Son “atracciones” que parecen provenir del exterior por su vínculo con nuestro cuerpo. Las cosas, los eventos, no resultan indiferentes o transparentes a nuestro sentir. La sensación de sentirnos en nuestro cuerpo y de sentir las cosas del exterior a la vez, crea un tipo de conexiones por nuestro grado de afinidad con ellas. Así algunos hechos afines, suscitan unas emociones sin dueño que empujan a enriquecernos con su experiencia, para saber a lo último quienes somos realmente. Es la necesidad de refugiarnos en un yo identitario al origen de lo sentido. La identidad, de esta parte, viene pautada por una línea de pasado en la que se recoge una experiencia de vida hasta el momento presente.
    Desde esta perspectiva el sabor de ser-yo se enraíza al trasfondo del entrelazamiento corporal con la realidad de los hechos sentidos. La carencia de “alguien” inmanente al fondo de lo que se experimenta guía emocionalmente la experiencia hacia lo más simbólico de uno mismo. Lo que tiene de más interesante este planteamiento es que la identidad de cada uno se fija alrededor de unos hechos reales con los que se conecta emocionalmente al margen de las interpretaciones subjetivas.
     La fuerza de este planteamiento permite además decir, que la identidad del individuo toma forma bajo el dosel cualitativo de su comunidad. Uno mismo se rescata al abrigo de unas conexiones intencionales con los que le rodean. Por ejemplo, solamente puede identificarse uno en una raza, por analogía con otros de esta misma raza. Muchos de los rasgos físicos y biológicos que nos definen, son determinados, prioritariamente, por nuestro acceso a otros cuerpos análogos. En lo profundo, nos atraen aquellos aspectos  en los que podemos ser identificados. Por esta tendencia cada uno iría tomando posesión de sí mismo en la comunidad hasta situarse en un “alguien” irreductible equivalente a un ‘yo’. Aquí sí prevalece el principio de solidaridad. El otro pertenece a un núcleo común anónimo del cual cada uno se estriba para dar cuenta de sí mismo.  La diversidad es el gran requisito para adquirir cada uno conciencia de sí mismo a través de los demás. No obstante, la comunidad, de la que el individuo toma su individuación, se identifica a su vez sobre su emplazamiento en la biosfera. La interacción física y biológica de sus integrantes está ligada a unas características geográficas, una fauna y una flora autóctonas. De ellas, la comunidad sedimenta sus primeros rasgos psicológicos. Transmitida de generación en generación, hay una experiencia de vida en la memoria de la comunidad, incluso después de las drásticas alteraciones que sufre el entorno por los intereses egocéntricos. Esta experiencia vital se traduce en algo así como un “sentido común” básico, sobre el que otros saberes aprendidos tienen cabida. Por tanto hay un entrelazamiento “hermenéutico” de las costumbres y tradiciones de un pueblo con el entorno ecosistémico en el que se gestan. Esto justifica que la idiosincrasia de un pueblo esté cualitativamente ligada al sustrato bioregional del que deriva su experiencia cognitiva.  No soy el único en decir que se han observado rasgos muy similares en la idiosincrasia de pueblos que habitan un entorno natural similar separados por enormes distancias.   
    Se trata de verificar las huellas de nuestra identidad. La nefasta intervención del hombre en los procesos evolutivos de la naturaleza, ha alterado radicalmente su comportamiento privándole de gozar la plenitud de un estado espiritual en acuerdo con su identidad real. Lo que vengo a decir es que en el ámbito de las decisiones humanas, si éstas tienen por último, como trasfondo, erradicar el sufrimiento, no puede dejarse al margen la cualidad del medio sobre la que la persona adquiere, en buena parte, su identidad real. Desde esta perspectiva, explicada muy sencillamente, cada individuo sostiene unas emociones profundas que le destinan invisiblemente a su canal específico en la irrigación de la Vida. La biodiversidad se adentra por las especies pudiendo diferenciar a cada ser vivo por alguna característica específica, imposible de igualar, que lo hace único e indispensable en el orden causal que mantiene la Vida en el tiempo. La identidad personal se constituye sobre una voluntad cuyo enraizamiento en unas emociones profundas no debe ser arrinconado para coincidir con la verdad. El ethos del ser humano es velar en la naturaleza por salvaguardar el sentido de la Verdad.  

2 comentarios:

  1. tal vez es sencilla esta forma de definir el concepto del yo (imaginario). Leo y veo una cantidad de intríngulis parafraseada, que casi me niega el poder querer ser ese yo, que sin negarlo pues está, no me interesa mucho. Respecto a la necesidad de contemplar en otro ser cierta identificacion personal para poderme dar cierta igualdad... es un deseo? Ciertamente todo debe ser más simple no?

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias Lucas por tu comentario en el blog y las preguntas que dejas abiertas.

      Eliminar