EMOCIONES PROFUNDAS (5)
El sentido de identidad es
fundamental en la más alta esfera de la felicidad humana. Sentirse y hacerse
uno mismo en la encrucijada del pensamiento y del sentimiento, es tener una
vida con pleno sentido. El capricho o la frivolidad, de quien sus sentimientos
flotan en el odio o la envidia, privan al individuo de arraigarse en unos valores primigenios de la vida que la naturaleza transmite al cuerpo en su proceso evolutivo. Análogamente, el sometimiento del pensamiento a un ideario ajeno impide al individuo
surgir autónomamente desde sus convicciones más íntimas. Un modelo
verdaderamente sostenible debe ser fundado sobre una auténtica la felicidad. El
olvido de las lazos con el ecosistema, equivale a prescindir de
los canales de la vida en el tratamiento de la identidad. Es como
pensar que fuera de la vida podemos sentir plenamente quien somos.
La identidad del
sujeto está estructurada básicamente sobre dos tendencias entrecruzadas. La más
difundida, derivada de la corriente individualista y en la que no voy a
extenderme, responde en general, a la tendencia del sujeto a identificarse con
su idea de lo que las cosas son. Se identifica con su proyecto de vida; luego, su
mirada está puesta en el futuro. Tiene que superar otras ideas disconformes
para no quedar anulado por aquellas. Aquí manda el principio de competitividad.
Pero a mí, la tendencia que más me motiva es la más olvidada. Un sujeto que se
rescata a sí mismo desde su anonimato en la cadena causal de la evolución. La
relación de las cosas con nuestro cuerpo deja el sabor de unas experiencias y
tras ellas, tiene que urdirse la trama de un yo depositario de ellas. Las cosas
tienen su propia cualidad y nos conmueven
por la necesidad encubierta de tener “alguien” al final del hilo que las
sienta para sí mismo. Son “atracciones” que parecen provenir del exterior por
su vínculo con nuestro cuerpo. Las cosas, los eventos, no resultan
indiferentes o transparentes a nuestro sentir. La sensación de sentirnos en nuestro cuerpo y de sentir las cosas del exterior a la vez, crea un
tipo de conexiones por nuestro grado de afinidad con ellas. Así algunos hechos
afines, suscitan unas emociones sin dueño que empujan a enriquecernos con su experiencia,
para saber a lo último quienes somos realmente. Es la necesidad de refugiarnos
en un yo identitario al origen de lo sentido. La identidad, de esta parte,
viene pautada por una línea de pasado en la que se recoge una experiencia de vida hasta el
momento presente.
Desde esta perspectiva el sabor de ser-yo se enraíza al trasfondo del entrelazamiento corporal con la realidad de los hechos sentidos.
La carencia de “alguien” inmanente al fondo de lo que se experimenta guía emocionalmente la experiencia hacia lo más simbólico de uno mismo. Lo que tiene de más
interesante este planteamiento es que la identidad de cada uno se fija
alrededor de unos hechos reales con los que se conecta emocionalmente al margen de las interpretaciones subjetivas.
La fuerza de este planteamiento permite además
decir, que la identidad del individuo toma forma bajo el dosel cualitativo de
su comunidad. Uno mismo se rescata al abrigo de unas conexiones intencionales
con los que le rodean. Por ejemplo, solamente puede identificarse uno en una raza, por analogía con otros de esta misma raza. Muchos de los rasgos físicos y biológicos
que nos definen, son determinados, prioritariamente, por nuestro acceso a otros
cuerpos análogos. En lo profundo, nos atraen aquellos aspectos en los que podemos ser identificados. Por esta tendencia cada uno iría tomando posesión de sí mismo en
la comunidad hasta situarse en un “alguien” irreductible equivalente a un ‘yo’.
Aquí sí prevalece el principio de solidaridad. El otro pertenece a un núcleo común anónimo del cual cada uno se
estriba para dar cuenta de sí mismo.
La diversidad es el gran requisito para adquirir cada uno conciencia de
sí mismo a través de los demás. No obstante, la comunidad, de la que el
individuo toma su individuación, se identifica a su vez sobre su emplazamiento en
la biosfera. La interacción física y biológica de sus integrantes está ligada a
unas características geográficas, una fauna y una flora autóctonas. De ellas, la comunidad sedimenta sus primeros rasgos psicológicos. Transmitida de generación en
generación, hay una experiencia de vida en la memoria de la comunidad, incluso después
de las drásticas alteraciones que sufre el entorno por los intereses
egocéntricos. Esta experiencia vital se traduce en algo así como un “sentido
común” básico, sobre el que otros saberes aprendidos tienen cabida. Por tanto
hay un entrelazamiento “hermenéutico” de las costumbres y tradiciones de un
pueblo con el entorno ecosistémico en el que se gestan. Esto justifica que la
idiosincrasia de un pueblo esté cualitativamente ligada al sustrato bioregional del que deriva su
experiencia cognitiva. No soy el
único en decir que se han observado rasgos muy similares en la idiosincrasia de
pueblos que habitan un entorno natural similar separados por enormes
distancias.
Se trata de verificar las huellas de nuestra
identidad. La nefasta intervención del hombre en los procesos evolutivos de la
naturaleza, ha alterado radicalmente su
comportamiento privándole de gozar la plenitud de un estado espiritual en
acuerdo con su identidad real. Lo que vengo a decir es que en el ámbito de las
decisiones humanas, si éstas tienen por último, como trasfondo, erradicar el
sufrimiento, no puede dejarse al margen la cualidad del medio sobre la que la
persona adquiere, en buena parte, su identidad real. Desde esta perspectiva,
explicada muy sencillamente, cada individuo sostiene unas emociones profundas
que le destinan invisiblemente a su canal específico en la irrigación de la Vida. La biodiversidad se adentra por las
especies pudiendo diferenciar a cada ser vivo por alguna característica específica,
imposible de igualar, que lo hace único e indispensable en el orden causal que mantiene la Vida en el tiempo. La identidad personal se constituye sobre una
voluntad cuyo enraizamiento en unas emociones profundas no debe ser arrinconado para coincidir con la verdad. El ethos del
ser humano es velar en la naturaleza por salvaguardar el sentido de la Verdad.
tal vez es sencilla esta forma de definir el concepto del yo (imaginario). Leo y veo una cantidad de intríngulis parafraseada, que casi me niega el poder querer ser ese yo, que sin negarlo pues está, no me interesa mucho. Respecto a la necesidad de contemplar en otro ser cierta identificacion personal para poderme dar cierta igualdad... es un deseo? Ciertamente todo debe ser más simple no?
ResponderEliminarMuchas gracias Lucas por tu comentario en el blog y las preguntas que dejas abiertas.
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