Solemos pensar en
general que a la sociedad india no le
interesa mantener sus espacios públicos limpios y ordenados.
Afortunadamente, pude comprobar en uno más de mis viajes a este lugar que la
cantidad diseminada de plásticos usados, papeles y otros deshechos en el
tendido urbano y rural se ha estabilizado. Forman parte ya del paisaje habitual como un
poste o una flor. A este espectáculo tan poco acogedor no contribuye tampoco la
incesante cacofonía de bocinas que alborotan la acústica local. En la
contrabalanza, un mosaico extraordinario de vivos
colores y olores amenizan el caos medioambiental creando una
suerte de espectáculo vivo e intenso alrededor del viajero.
Pero no
voy a hablar de la sociedad india. No creo, aun si fueran educados para
ocultar sus desechos, que pudieran disponer de los instrumentos necesarios
para hacerlo. Voy
a hablar de nosotros. No es que no generemos esas miles de toneladas de deshechos.
Generamos muchísimas más aun reciclando una diminuta
parte. ¿Qué ocurre? que lo barremos todo bajo la alfombra o lo
arrojamos por la ventana de países menos desarrollados
(tecnológicamente) para no tener que verlo ni olerlo. Pero bajo
la bella estampa del pulcro higienismo que barniza nuestras calles,
hay muchas capas de toxicidad medioambiental.
La pregunta que me hago es si la ocultación material de estos deshechos
molestos a los sentidos no es una forma más de engaño que repercute en la
convivencia social. Es decir, si la ocultación de estos deshechos no deja en el
entendimiento la oquedad de un proceso causal incompleto en la
constitución de lo real. Un nihilismo crítico. En los aparadores aparecen
productos nuevos salidos de la nada y vuelven a la
nada cuando se estropean o envejecen. Este lapso mental entre la
desaparición y aparición de productos en el cotidiano va generando un tejido
nihilista que excita la mente creando un estado generalizado de perpetua
preocupación. La euforia del consumo va acompañada
de ansiedad, impaciencia e inseguridad.
Los
fabricantes se
afanan en ocultar el 'antes' y el 'después' de sus productos para no perder
'impacto' en el punto de venta. El mago tiene que ocultar sus trucos para triunfar. Tiene que parecer que nada cambia en el 'habitat' para que siga la
fascinación por lo nuevo. El confort y la tecnología no pueden cargar con el
peso de la degradación medioambiental. Esto menguaría el placer de un disfrute
"happy" y desinhibido. Pero ya no se puede ocultar más. Los índices son cada vez más altos y
esto persuade a los fabricantes para etiquetar de 'responsabilidad
medioambiental' los productos con contribuciones 'voluntarias' que eximan
al consumidor por lo que contaminan sus excesos.[La realidad es que no hay ya como maquillar de normalidad lo que ocurre. Tal
vez no sea una mera correlación espuria el colapso económico más actual y la
alarmante alteración climática que remueve el mundo recientemente, como el
extraño "veroño" que vivimos este invierno en Barcelona].
En algún sentido la India que conozco vive una realidad más auténtica.
Los efectos son más palpables y el contacto corporal de sus habitantes con el
perjuicio físico y mental que producen los desechos manufacturados no altera el
tono vital de sus habitantes, sosegado y firme, pese a no ser nada fácil la
vida allí.
joanbahr@ymail.com
Quina reflexio mes encertada joan. Moltes felicitats pel teu blog.
ResponderEliminarGràcies Javi! fins aviat!
EliminarQuina reflexio mes encertada joan. Moltes felicitats pel teu blog.
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