Se culpa al sistema capitalista, como el organismo dominante
en cuyo ADN hay un gen reproductor del crecimiento económico imposible de
revertir. Sin lugar a dudas, manteniendo este ritmo de producción mundial
pronto los recursos disponibles estarán prácticamente agotados y la
contaminación medioambiental hará de la Tierra un lugar inhabitable para el ser
humano. Es urgente, prioritario e innegable, que las decisiones políticas giren
a favor de un decrecimiento económico sostenible. De entre los gobiernos,
aquellos más responsables, tratan lentamente de ganarle la batalla al
crecimiento desalmado proponiendo a la desesperada unos límites para controlar
el aumento de las temperaturas medias en el planeta. Vemos en la práctica que
los frágiles acuerdos de París basados tímidamente en intenciones, ya han
sufrido su primera andanada al retirarse el primer mandatario de uno de los
países más contaminantes.
De lo que la ciudadanía no
se apercibe es de que la cualidad de los interlocutores sobre los que se
gesta esta lucha es desigual. No hay interlocutores tangibles con quien
negociar un decrecimiento sostenible. El ente con quien dialogar no tiene
rostro. Es un ente descarnado. Una figura psíquica. Una abstracción mental cuyo
nombre se llama AVIDEZ. Todos los esfuerzos para encarar un interlocutor
son en vano. Intuitivamente, pensamos que tras la marca Philips o
Volkswagen hay el Sr Philips, el Sr Volkswagen o un propietario con quien
dialogar. Estamos equivocados; no hay nadie personalmente con quien negociar. Son grandes corporaciones
gobernadas por títulos de propiedad anónimos.Títulos de valor denominados
'acciones' cuyo único fin estratégico es el de aumentar de valor. Quien ingenió
esta forma jurídica supo muy hábilmente despojar las ganancias empresariales de
toda consideración moral. El Real Decreto Legislativo 1/2010 de 2 de julio
enuncia: “En la sociedad anónima el capital, que estará dividido en acciones,
se integrará por las aportaciones de todos los socios, quienes no responderán
personalmente de las deudas sociales”. Aunque un inversor tenga
sentimientos, valores u opiniones, cuando invierte en una S.A, estos quedan
fuera de su inversión. Y queda eximido legalmente de toda responsabilidad
civil o penal por los daños que produzca su capital. Solamente se juega el
valor monetario de la propia acción. Estos entes ávidos tienen como
enmascararse a través de muchos personajes que hablan por ellos. El presidente
Trump rompiendo los acuerdos de París o el presidente Zapatero en plena crisis,
implorando a los españoles que siguieran consumiendo, son máscaras de la Avidez
en momentos decisivos. La Avidez no puede renunciar a ser ávida. Cualquier
pacto vale para ella tanto como el rendimiento que produce en ganancias. Cuando ya no
es rentable no hay motivo para respetarlo. La Avidez no tiene amigos ni patria. Prueba
de ello es el monto de empresas que se han ido de Catalunya sin reminiscencias por no sufrir riesgos innecesarios. Y nadie se lo reprocha directamente;
está asumido el principio inherente de ganar más. Pero,
curiosamente, nadie se cuestiona la legitimidad de esta figura jurídica que
descarna el título de propiedad de la persona que lo ha adquirido. Como si las
consecuencias sociales de su adquisición no fueran con él. Podrán ver apoderados,
directores o administradores sentados ante la justicia pero raramente al capitalista en persona.
Imagino el vuelco que daría el capitalismo financiero mundial si cada título de
propiedad estuviera ligado a la identidad de una persona y a su patrimonio
personal, en caso de tener que pagar por responsabilidades. Cuando invertimos
en productos financieros estamos comprando partes de empresas con toda su
estructura: lo que tiene y lo que debe. Parece insustancial que no asumamos personalmente
las consecuencias que generan estos activos. No puede desligarse la propiedad
de su propietario: son adyacentes.
El deterioro medioambiental
y las catástrofes que se profetizan, exige tener que reconvertir
urgentemente los sistemas productivos. El esfuerzo que se necesita
para detener la producción ingente, desbordante, desmesurada y abusiva de
mercancías para el enriquecimiento ávido de un colectivo despersonalizado,
precisa vincularse a interlocutores capaces de dialogar y decidir por sí
mismos.
El tema del calentamiento global y
de los recursos de la Tierra es un problema que tiene que negociarse entre
personas. No puede negociarse con abstracciones financieras carentes de
ningún juicio moral. Si hay que concentrar esfuerzos para impedir el
colapso de la humanidad, la derogación de esta ley devolvería la
responsabilidad corporativa a personas físicas que responden ante su comunidad.
‘Corporeizar’ la Avidez es implementarla de emociones, sensaciones y
sentimientos que no son indiferentes al conjunto de seres con los que conviven. Un
desastre medioambiental, una sentencia judicial, un cierre con pérdidas tiene
que saldarse directamente a con personas físicas responsables de lo que hace el
capital en sus empresas. Solamente en estas condiciones pueden negociarse
acuerdos que impliquen la renuncia a ganancias monetarias. No me
sorprendería ver cambios muy significativos en el comportamiento de estas
corporaciones si dejaran de ser anónimas. Si sus propietarios encarnaran la
responsabilidad civil de los perjuicios ocasionados en la justa medida de lo
que les corresponde por su participación.
joanbahr@ymail.com
Análisis lúcido y perspicaz Joan. Yo empiezo a ser pesimista y creo que sólo se empezará a reaccionar cuando el escenario sea desastroso. Es decir, cuando las hambrunas y migraciones producidas por el cambio climático exijan la intervención militar. Cuando los hospitales quden desbordados para atender a todas las enfermedades medioambientales. Cuando las inundaciones e incendios dejen un panorama y futuro desolador, ect. Quizás sea mejor tarde que nunca.
ResponderEliminarCiertamente Temi, eres muy realista en tus predicciones. No te falta razón a la vista de la despreocupación general. No lo creemos hasta que no lo experimentamos. Me pregunto sin embargo, si habrán los que hayan optado por otro estilo de vida en lugares no urbanos, que puedan sostener unos valores sin estar infectados por LA AVIDEZ, para ejemplarizar otro paradigma de satisfacciones personales. Gracias por tu comentario
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